Florencia
Cuentan en Tehuacán,
Puebla,
que una vez en uno de los escasos valles hubo una niña a quien le encantaban las flores,
el problema era que no sólo las admiraba,
salía con una canasta todos los días a buscar flores y regresaba con la canasta medio llena a repartir flores entre su familia,
sus tías y su abuelita.
Aunque ellas ya le habían pedido incontables veces que dejara a las flores tranquilas,
ella no entendía y se llevaba la canasta escondida para poder recolectar flores.
Las flores estaban temerosas,
pues ya había acabado casi por completo con uno de los rosales amarillos,
así que las demás rosas después de una junta decidieron hacerse las marchitas para que Florencia no las cortara,
pero no dio tan buenos resultados porque,
al no encontrar rosas,
tuvo oportunidad de voltear a ver a las Gerberas y hasta a los Girasoles que crecían en lo alto de un montecito.
Quedaba un poco más lejos de su área permitida para salir de casa,
pero se veían tan luminosos desde lo lejos que le brillaban los ojos sólo de contemplarlos.
—A mi mamá esos si que le van a gustar,
tienen el color de la casa— se repetía una y otra vez,
pero no estaba segura de querer ser castigada por salir tan lejos.
Las flores volvieron a tener una junta y llamaron esta vez al Colibrí para pedirle su ayuda pues,
de no haber flores,
ellos se quedarían sin alimento,
así como los insectos,
y por lo tanto los demás animales no tendrían como vivir.
Así que el colibrí salió de la junta muy preocupado,
no sabía qué hacer,
hasta que viendo a las abejas trabajar juntas se le ocurrió una idea que parecía brillante.
Fue con las abejas y les platicó del problema,
pero ellas no podían acercarse a los humanos porque no eran admiradas sino temidas,
—esa niña es capaz de matarnos—.
Pero el colibrí no se dio por vencido y fue muy valiente a solicitar la ayuda del sapo mayor,
explicándole que,
si no ayudaba,
pronto los insectos se extinguirían y así el alimento de los sapos y todo llegaría a su fin.
Y los sapos después de una reunión en el estanque resolvieron hacer un movimiento masivo para que no quedara duda del mensaje.
Cuando Florencia visitaba de nuevo el campo,
y esta vez iba muy decidida a cortar unos Girasoles,
dio un par de pasos hacia el área no permitida.
Los sapos comenzaron a saltar de un lado a otro,
a ella le pareció ver movimiento entre las hierbas,
pero nada grave,
así que seguía caminando,
aun y cuando los ruidos se hacían cada vez mas intensos.
Cuando avanzó como a la mitad entre los girasoles y su límite permitido,
una alfombra verde obscuro cubrió el campo,
pero ni así se detuvo,
no miró hacia abajo para no distraerse cortando flores insignificantes,
que luego se morían en el camino y las tenía que tirar sin ser entregadas.
Aquellos Girasoles prometían sonrisas,
así que estaba dispuesta a llegar,
hasta que,
al poner su pie derecho para seguir avanzando,
resbaló con algo muy viscoso,
eran varios sapos que estaban bajo sus plantas,
¡y luego más!
Hasta que cayó por completo sobre algo que no era pasto,
eran muchos sapos que cargaban a la niña alejándola de las flores que parecían un sol radiante y acercándola a su zona de seguridad.
Estaba aterrorizada,
sintiendo los viscoso de la piel de todos esos sapos y ordenaba a gritos que la dejaran en paz,
luego suplicó que la dejaran ir,
—sólo voy a cortar un Girasol—.
Los sapos le dieron la vuelta y cuando estaba a punto de llegar a su zona de seguridad,
ella gritó —¡prometo nunca más cortar una flor si me dejan tranquila!,
¡quiero ver a mi mamá!—
Los sapos la soltaron y se dispersaron en cuestión de segundos,
ya no había sapos por el lugar...
Después de esa experiencia Florencia corrió a su casa sin detenerse,
ya no regalaba flores.
Puso en la canasta todos sus peluches y jamás dio explicaciones de por qué ya no llevaba flores a casa.
Su madre pensó que era una niña muy inteligente pues ya había entendido el mensaje de las flores.
De vez en cuando,
si ella salía en el auto con sus papas,
un sapo saltaba cerca de su ventana,
para recordarle que allí estaban ellos protegiendo a las flores.
Los insectos y los pájaros también estaban muy agradecidos con los sapos,
pues sabían que había esperanza de vivir tranquilos en ese hermoso campo,
lleno de colores.

AUTORA DEL CUENTO
Isabel Gama

LOCUCIÓN
EN ESPAÑOL
Isabel Gama

CORRECCIÓN Y REVISIÓN
DE ESTILO EN ESPAÑOL
Ytzel Maya

ILUSTRACIÓN Y DISEÑO EDITORIAL
Jessica Mitzy Reyes Juárez

RESPONSABLE DE DISEÑO
DEPARTAMENTO DE DISEÑO MULTIMEDIA
Fernando Ivan Dupotex Herrera

DESARROLLO DE AUDIOLIBROS
DEPARTAMENTO DE DISEÑO DE
MATERIALES DE LENGUAS INDÍGENAS
Luis Flores Martínez

INSTITUTO NACIONAL DE LENGUAS INDÍGENAS

DIRECCIÓN GENERAL
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